La pandemia abrió una nueva época en todo el mundo, poniendo en evidencia un sistema asesino y atroz. Los grandes temas no resueltos por el capitalismo quedaron aún más al descubierto con esta crisis sanitaria. Para los sectores más oprimidos y en particular las mujeres que ya desde antes veníamos pasándola mal, esta pandemia solo vino a profundizar la brutal desigualdad.
Las conquistas que habíamos alcanzado, producto de siglos de luchas, retrocedieron de manera abrumadora en tan solo unos meses como consecuencia de la pandemia. Esto puso en evidencia la fragilidad del capitalismo, que tiene nuestros derechos pendiendo de un hilo, y que, ante cualquier tensión, no dudar en acabar con ellos.
El regreso de las mujeres al hogar, marcado por las políticas de los gobiernos en todo el mundo, está teniendo consecuencias catastróficas. Y es que si bien el control de la pandemia requería del encierro, no fue solo por una política de confinamiento que volvimos al hogar, sino fundamentalmente por la cantidad masiva de despidos.
Las más perjudicadas con el desempleo hemos sido las mujeres
Aunque tanto mujeres como hombres fueron afectados por la pérdida de puestos de trabajo, la afectación más severa en el empleo se dio en las mujeres, debido a que la cantidad ocupadas – 846 mil en el 2019– era considerablemente menor respecto a los hombres ocupados –1,3 millones–, por lo que en términos porcentuales el impacto es aún más significativo. De los puestos perdidos en el 2020, el 52,5% son mujeres (229.728) y la tasa de ocupación femenina se sitúa en 31%, lo que implica un retroceso de 30 años, pues el país mostraba esa misma cifra a inicios de la década de los noventa.
La falta de acceso a un salario digno, se traduce en un incremento en la pobreza y para julio del 2020 el país alcanzó cifras escandalosas, con un 30% de la población en condición de pobreza, es decir, más de un millón y medio de personas[1].
El acceso al empleo y salarios dignos son elementos centrales para la independencia de cualquier persona, y especialmente en el caso de las mujeres, para que se pueda minimizar la opresión, la violencia y la miseria, ya que la autonomía de una persona es imposible si se carece de ingresos propios.
Pobreza, encierro y violencia: una terrible combinación
Antes de la aparición de la COVID-19, “en todo el mundo 243 millones de mujeres y niñas habían sido maltratadas por sus compañeros sentimentales en el último año”, según datos de las Naciones Unidas.
Pero en tiempos de crisis, el riesgo para las mujeres pobres aumenta, ya que ante la falta de ingresos económicos propios, las mujeres se ven atadas a sus parejas para garantizar las necesidades más básicas como el pago de una vivienda o la compra de alimentos. Es por eso que decimos que la dependencia económica de las mujeres está vinculada a la violencia, ya que se vuelve aún más difícil el romper con una relación estando en esas condiciones.
Las directrices que se impusieron para limitar la movilidad de las personas como medida de respuesta a la pandemia, se convirtieron en un panorama ideal para los agresores, que encontraron la excusa perfecta para imponer el aislamiento. Por eso mientras para el mundo entero, el confinamiento significaba una medida de protección, para las víctimas de violencia significó una verdadera pesadilla, pues volvieron a estar encerradas en el sitio más peligroso: su propio hogar.
La pandemia dejó en evidencia la terrible crisis de los cuidados
Al enfrentar una emergencia sanitaria que requería del cuido de niños, niñas, personas enfermas, adultos mayores, el acompañamiento a labores virtuales así como la permanente higienización de los hogares y objetos cotidianos, al capitalismo se le hizo muy fácil recargar esas tareas sobre las mujeres y profundizar la esclavitud doméstica.
Aun con la recuperación de puestos de empleo en todos los países, las mujeres aun no logran reincorporarse al mercado laboral, porque a este sistema económico le conviene garantizando de manera gratuita en sus hogares todas esas labores.
Antes del Covid-19, la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo señalaba que las mujeres dedicaban más del doble del tiempo que los hombres al trabajo doméstico no remunerado (36:01 y 13:55 horas semanales respectivamente)[2]. Pero en tiempos de pandemia, se han sobrepasado y desdibujado los límites, al convertirse los propios hogares en espacios de trabajo para muchas personas que realizan labores de manera virtual.
Los derechos sexuales y reproductivos se ven amenazados
En medio de una crisis sanitaria como la que seguimos enfrentando, el reorientar prioridades en el sistema de salud, puede generar graves consecuencias para el acceso a los servicios de atención para las mujeres en la distribución de métodos anticonceptivos, el tratamiento hormonal para las personas trans o el acceso al aborto.
Esto se vuelve especialmente preocupante en un contexto como el de la pandemia, donde ha aumentado la violencia sexual contra niñas y mujeres, y donde se ha venido postergando la discusión del acceso al aborto legal.
Es preciso recordar que Costa Rica tardó décadas en aprobar una norma técnica para el la interrupción terapéutica del embarazo y es de suponer, que en un contexto como el actual, el gobierno utilice la pandemia como una excusa para no aprobar el acceso al aborto legal, seguro y gratuito, el cual está siendo impulsado mediante un proyecto de ley elaborado por organizaciones del movimiento de mujeres.
Este 8M salimos a recuperar nuestro espacio
La liberación de la mujer no podrá ser resueltas en el marco del sistema capitalista, y por más conquistas que alcancemos, a pesar de su importancia, estas serán inestables. La pandemia dejó esto en evidencia, porque demostró que en unos meses el capitalismo pudo traerse abajo siglos de conquistas.
La opresión de la mujer solo podrá ser resuelta si se rompe con el orden económico vigente, porque ¿cómo vamos a exigir que las mujeres se liberen sino hay pleno empleo?, ¿Cómo vamos a alcanzar la legalización del aborto y evitar la muerte de miles de mujeres pobres en el mundo, cuando la salud se convierte en un gran negocio?, ¿Cómo podemos vivir maternidades libres si la pobreza y el desempleo atan a las mujeres al espacio doméstico, sin posibilidades de esparcimiento?, ¿Cómo conciliar la igualdad, la diversidad y el respeto por los derechos humanos con la realidad de miseria y explotación en la que vive la clase trabajadora?
Solo una revolución socialista podrá garantizar que las mujeres podamos vivir una vida digna. Por eso luchamos de manera permanente por construir una alternativa socialista y también salimos este 8 de marzo a las calles a exigir:
¡Salario y empleo digno para las mujeres!
¡Socialización de las tareas domésticas y de cuido!
¡Aborto libre, seguro y gratuito!