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Luchamos por construir un nuevo Estado al servicio de la clase trabajadora

Este 2020 celebramos 15 años de la constitución de nuestro partido, el cual inició como una agrupación universitaria en la UCR bajo el nombre del MAS (Movimiento al Socialismo) y más adelante se transformaría en el Partido de los Trabajadores. Con motivo de la celebración de 15 años de lucha por la construcción de un partido revolucionario, desde junio hasta octubre de este año vamos a estar publicando una serie de artículos explicando la ideología del Partido de los Trabajadores.

Antes de la llegada de la pandemia del Coronavirus, el movimiento social venía creciendo en sus luchas alrededor del mundo. Chile sin duda alguna era uno de los epicentros de estas movilizaciones, con una verdadera revolución de las masas exigiendo el fuera Piñera bajo la consigna del “no son 30 pesos, son 30 años”; lo que expresaba un claro descontento con el sistema capitalista y todos sus efectos durante los últimos 30 años. Además de esto en los últimos años hemos visto gigantescas movilizaciones por el derecho al aborto, de las nacionalidades oprimidas en el Estado Español, contra los gobiernos de Ortega en Nicaragua y Juan Orlando en Honduras, caída de gobiernos en medio oriente, movilizaciones en Hong Kong, y recientemente contra el racismo en Estados Unidos con repercusión en el mundo entero.

La realidad es que no solo en los últimos años el movimiento de masas viene luchando, sino que desde sus inicios la clase obrera está luchando contra los capitalistas, y es un hecho que el sistema capitalista demostró hace más de un siglo que ya no logra mejorar la condición de vida del conjunto de las masas y solo produce más miseria, desigualdad y guerras. Solo para citar un ejemplo, según un estudio de OXFAM, en el 2015 el 1% más rico del planeta posee más riqueza que el restante 99% de la población mundial. Sin embargo, el capitalismo se ha convertido en una amenaza para la humanidad no solo por su explotación despiadada, sino además por el nivel de depredación de la naturaleza, que nos está llevando a un camino de destrucción irreversible del planeta.

Es por esto que la lucha en sí misma, si bien es muy importante, es insuficiente, nuestros esfuerzos deben estar enfocados no solo en conseguir pequeñas victorias, sino principalmente en acabar con el capitalismo. Sobre esto, amplios sectores de la izquierda aparentemente tienen acuerdo, la mayoría de partidos de izquierda se autodenominan por lo menos “anticapitalistas”. Incluso dentro del Frente Amplio, aunque como partido no se denomine así, hay varios activistas que se consideran anticapitalistas.

Sin embargo, uno de los parteaguas principales de esta izquierda es la actitud que tienen ante el Estado y si reivindican o no la concepción marxista del Estado.

El Estado: un instrumento de dominación de clase

Desde que empezamos a estudiar en la escuela, nos enseñan que las instituciones que nos gobiernan son “neutrales”, que están por encima de los intereses particulares de cada individuo y son los garantes de un orden armonioso de la sociedad.

Los sectores reformistas o de la llamada “nueva izquierda” como el Frente Amplio, junto con la burguesía son parte de quienes reivindican esta concepción del Estado. Niegan o relegan a segundo plano el papel de la lucha social en la conquista de los derechos que ha tenido la clase trabajadora, y le otorgan el mérito al “Estado Social de Derecho”, y a los dirigentes de la burguesía que cedieron ante la presión y la lucha de los trabajadores. Hoy con la miseria provocada por la política privatizadora del neoliberalismo, terminan defendiendo el Estado, como si defender el Estado fuera lo mismo que defender lo público. Es decir, se iguala defender conquistas como la educación pública y la salud pública con defender el Estado.

Nos intentan convencer de que las instituciones como el gobierno, los tribunales de justicia, la asamblea legislativa, la policía, los ejércitos, etc., están por encima de cada uno de nosotros y operan no para satisfacer los intereses de alguien, sino los intereses de “todos”, el llamado “bien común”.

Sin embargo, el marxismo demostró hace muchos años que, si bien las instituciones pueden estar por encima de los intereses particulares de uno u otro individuo, no están por encima de los intereses de las clases sociales.

El Estado, entendido como el conjunto de instituciones que mantienen el orden de la sociedad, nació justamente cuando fue necesario mantener un orden producto de la desigualdad de la sociedad, es decir desde que existen las clases sociales. En el momento en que un sector de la sociedad es forzado a trabajar para enriquecer a otro sector de la sociedad, surge la necesidad de tener un aparato que se encargue de mantener el orden.

Estos dos sectores de la sociedad (clases sociales) tienen intereses completamente contradictorios, hoy en día en las clases sociales actuales una de las expresiones más evidentes y cotidianas es el salario. Los trabajadores quieren tener mejores salarios para poder vivir mejor, los capitalistas quieren pagar peores salarios para tener mayores ganancias. Así ha sido entre todas las clases sociales, entre esclavos y amos, ciervos y señores feudales, proletarios y capitalistas.

Como estos dos sectores tienen intereses completamente contradictorios, para que estos dos sectores de la sociedad no entren en una lucha permanente, surge la necesidad de un poder que sirva para canalizar y amortiguar estos choques entre las clases sociales. Este poder llamado a mantener el “orden”, que surge de la propia sociedad, pero se pone por encima de estas clases sociales es el Estado.

Pero ese “orden”, es el orden de la opresión. Es el orden de la explotación de una clase social mayoritaria, productora de la riqueza por una clase social minoritaria y que se apropia de la riqueza producida por la otra.

Las crisis desnudan el carácter de clase del Estado

Constantemente vemos que en épocas de “tranquilidad” el Estado pareciera que fuera un ente neutral, que simplemente se dedica a administrar un orden establecido, que es el orden de la explotación de los trabajadores.

Pero cuando surgen las crisis, y se agudizan las contradicciones, resulta evidente como el Estado defiende los intereses de una clase a costa de sacrificar los de otra. Por ejemplo, ante la crisis fiscal, se les perdonan los impuestos a los grandes empresarios, mientras que se recortan los salarios de los trabajadores del sector público y se le ponen más impuestos al conjunto de los trabajadores.

La situación actual del Coronavirus es otro claro ejemplo. Los diferentes Estados a nivel mundial destinan más recursos a pagar la deuda pública (externa e interna) y a salvar los negocios de los grandes empresarios, que a garantizar la salud de las personas y a atender los efectos del Coronavirus. Por ejemplo, Estados Unidos va a destinar $623 mil millones en ayudas al pueblo, mientras que va a destinar $822 mil millones en ayudas a los grandes empresarios.

Costa Rica no es la excepción, el Estado le da 3 veces más dinero a unos cuantos empresarios para que enfrenten la crisis que lo que le da a cientos de miles de trabajadores que quedan en la miseria y el desempleo. Tira a la basura los derechos laborales de los trabajadores (con la reducción de la jornada y la suspensión de los contratos) con tal de mantener las ganancias de los empresarios.

De igual manera sucede con el aparato represivo del Estado. Bajo la falsa bandera de que las fuerzas represivas (policía, ejército, cárceles) son para resguardar la paz, y proteger de la delincuencia, esconden la verdadera razón de ser del aparato represivo: resguardar el orden de la explotación, garantizar la riqueza de los grandes empresarios y reprimir al pueblo cuando lucha contra los intereses de la clase dominante.

Cuando surgen las grandes crisis, que cuestionan el poder del Estado, echan mano de todo su poder de represión, como en Chile, donde la lucha contra el gobierno de Piñera ha cobrado la vida de más de 30 luchadores, hay miles de heridos, más de 400 manifestantes han perdido la visión por la represión de la policía y se contabilizan más de 2,500 presos político.

Otro ejemplo lo vimos con Nicaragua en el 2018, cuando el pueblo salió a luchar por la salida de Ortega, el régimen respondió con más de 700 muertos, y miles de presos políticos.

Las manifestaciones contra el racismo en Estados Unidos, detonadas por el asesinato de George Floyd, han sido contestadas por la casa presidencial y los gobernadores de los diferentes estados (demócratas y republicanos) con represión.

De igual manera en el 2018, la huelga del sector público contra la reforma fiscal en Costa Rica, fue reprimida en diferentes ocasiones por el gobierno, tuvo varios detenidos, se encarceló al obrero de Recope, Carlos Andrés Pérez, y se abrió procesos de despidos contra cientos de profesores.

Destruir o dirigir el Estado

Esa concepción anteriormente expuesta dejó de ser compartida por un sector de la izquierda hace más de un siglo. Lamentablemente, salvo algunas excepciones como en la revolución rusa, ha sido la posición minoritaria de la izquierda.

Esta diferencia en la concepción del Estado lleva a dos posturas diferentes, por un lado, quienes reivindicamos la visión marxista de que el Estado es un aparato de dominación de una clase por la otra, reivindicamos la necesidad de destruir ese Estado y construir uno nuevo al servicio de la clase trabajadora.

Por otro lado, quienes rompen con esa concepción luchan por conseguir más cuotas de participación dentro del Estado mediante acuerdos con sectores de la clase dominante.

Así surgen dos estrategias diferentes por un lado la lucha de clases, y por otro lado la conciliación de clases. Quienes defendemos la lucha de clases, abogamos por la lucha social como un mecanismo de transformación social, que tiene que servir no solo para conseguir victorias parciales, sino principalmente para desenmascarar el carácter de clase del Estado, para ganar a amplios sectores del movimiento de masas a luchar por la toma revolucionaria del poder por los trabajadores.

Por otro lado, quienes tienen una estrategia de conciliación de clases, como el Frente Amplio, participan de las luchas no solo para conseguir victorias parciales, sino principalmente para apoyarse en ellas y conseguir más espacio o cuotas de “poder” dentro del Estado. Es por esto que su principal prioridad es tener más diputados, aunque de nada sirva tener 9 diputados como ya tuvieron en el pasado. Es por esto que terminan siendo parte de gobiernos como los de Carlos Alvarado, que son de los que más duramente han atacado a la clase trabajadora. Bajo esta estrategia, hoy son cogobierno, con Patricia Mora en el gabinete de Carlos Alvarado, lo que por más que digan que están ahí para “luchar a lo interno” del gobierno, es claro que están por un acuerdo con el PAC, y por tanto son cómplices de todos los ataques que ha hecho Carlos Alvarado. Es así que terminan votando a favor proyectos de ley como el de “Reducción de la Jornada y suspensión del contrato laboral”. Esta estrategia no es una invención del Frente Amplio, ha sido parte de la política de la izquierda reformista y la heredera del estalinismo. Esta política como dijimos antes es adoptada por la mayoría de la “nueva izquierda”, como por ejemplo en España, donde Unidos Podemos decide ser cogobierno con el PSOE.

El Frente Amplio acusa a los sectores de la izquierda de ser una “izquierda testimonial”, simplemente porque renunciamos a ser parte de gobiernos con la burguesía, con los representantes de los empresarios. Lo que pasa es que, bajo su política de conciliación de clases, terminan sirviendo a los intereses de los grandes empresarios, porque los intereses de esas dos clases son completamente antagónicos, y por eso terminan, aunque muchos de sus activistas no lo quieran, siendo un apoyo y sostén del Estado. Es decir, se convierten en un apoyo al aparato que garantiza el orden para la explotación y represión de la clase trabajadora. Podrán usar frases y discursos de izquierda, e incluso de socialistas como sus aliados de Nicaragua y Venezuela, pero al igual que ellos cuando llegan al poder terminan dirigiendo un estado al servicio de un sector de los grandes empresarios.

No es posible para la clase trabajadora, tomar el poder alcanzando cada vez más cuotas de poder dentro del Estado. La izquierda, ya intentó en el pasado la “vía pacífica hacia al socialismo”. Esto fue lo que impulsó a gobiernos como el de Allende en Chile. Sin embargo, el golpe de estado de Pinochet y la dictadura que impuso después fue una demostración de que cuando la clase dominante siente que está perdiendo el control de ese Estado, desecha todas las máscaras democráticas y toma el control por la fuerza, como con las dictaduras.

El problema reside en que, el Estado, es una gran maquinaria al servicio de la dominación de los grandes empresarios sobre la clase trabajadora. No importa quien dirija esa gran máquina, ya que está diseñada y construida para una única función, garantizar los intereses de los grandes capitalistas. Por eso la tarea es destruir esa máquina y construir una nueva, un nuevo estado al servicio de la dominación de la sociedad por parte de los trabajadores. Ante esto surge la duda de muchos compañeros y compañeras, de cómo sería un Estado así, este tema lo abordaremos con profundidad en otro artículo.

Este nuevo Estado solo será conquistado mediante una revolución

La burguesía, es decir los dueños de las grandes fábricas, las plantaciones y los bancos, no van a renunciar por las buenas a su poder económico y político. La única forma de conseguir este nuevo estado es si los trabajadores y el pueblo se lo arrebatan por la fuerza, mediante una revolución.

Muchos compañeros opinan que es imposible realizar una revolución que tumbe el Estado. Sin embargo, como dijo el gran revolucionario ruso Leon Trotsky “todas las revoluciones son imposibles hasta que se tornan inevitables”. El problema no es que las masas realicen revoluciones, hemos visto auténticas revoluciones en muchas partes del mundo. Desde lugares tan cercanos como en Nicaragua en 1979, hasta la revolución en curso en Chile que inició en octubre del año pasado. Las masas han protagonizado revoluciones en todo el mundo contra sus gobiernos, el problema es cómo hacer para que esas revoluciones lleguen a buen puerto, y no se detengan en solo tumbar algunos presidentes, o no queden a medio camino y luego retrocedan como en Nicaragua.

La respuesta a este problema reside en la construcción de un gran partido revolucionario. Solo mediante la construcción de un gran partido revolucionario que se dedique a acompañar a las masas en sus luchas, a ayudar a sacar las conclusiones de estas, a que eduque a una camada amplia de luchadores en las enseñanzas del marxismo, será posible que el día que estas revoluciones lleguen, haya una organización que pueda combatir porque avance hasta la lucha por la destrucción del Estado capitalista y la construcción de un nuevo Estado al servicio de los intereses de la clase trabajadora.

Desde el Partido de los Trabajadores esa es nuestra preocupación y nuestro objetivo. Es a esta tarea que dedicamos todos nuestros esfuerzos, y hacemos un llamado a todos los compañeros y compañeras, que quieran ser parte de esta causa a que se sumen a nuestras filas y juntos construyamos el partido para la revolución socialista.

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